la escritura del dios

"Que muera conmigo el misterio que está escrito en los trigres. Quien ha entrevisto el universo, quien ha entrevisto los ardientes designios del universo, no puede pensar en un hombre, en sus triviales dichas o desventuras, aunque ese hombre sea él"

lunes, 27 de julio de 2009

Capítulo 3 –Fragmento– El Reloj y La Arena

Y fue justo en ése punto del día cuando Julio 18 recordó, pluma en mano, aquel esquivo papel que tomó ligero del suelo mientras deshacía matutinos quehaceres. Aquel que si fuera una arisca criatura, endeble también pero no tan livianita como la hoja que tuvo a su haber, le habría parecido, si no carta o poema, sí colibrí estacionado a comer en medio de un vuelo. No ancla, no escudo, no parapeto de él. Porque, entrado de lleno en el gasto de invocar el pasado, aprovechó, digo yo remendando faltantes, su recuerdo, traído al presente, para anticiparse a las curiosidades por venir del futuro. Camufló, quiero decir, tras un halo casual de asunto modesto y de cosa cero lujosa todo lo que jamás querría subir de nuevo a cenar con lo cierto. Sin embargo para los ordenados, sin importar de qué época fuéramos, como cuestionamientos comunes quedaron: el cómo y el por qué, después de haberlo avistado lo que tardaría en expirar un manojo de cinco minutos, lo trató, en instancias subsiguientes a la aparición que se le antojaron confusas, cual si fuera piedra pumita, vaporosa y dormida y ¡ave maría!, que al despeñadero o a la intemperie, entre el hipnotismo y la lluvia y tras un efecto lunar que sería desde allí el eclipse y el sello de su memoria, se podía soltar. Injustificable actuación que, de no ser porque desde allí el objeto quedó tasado, según como a su antojo se le antojó tasarlo, o sea de piedra pumita, habría resultado de error garrafal y no de extravío corriente. Lo que me acuerda que si no ahora sí más adelante, digamos al paso de unos siete capítulos, habrá una inscripción tallada sobre una hoja cerrada que es de puerta pulida en un idioma que, ahora sé, fue bautizado LATÍN y por el cual el monje, español de los nuestros, que ojea la hoja, intentando leerla, sólo ve garabatos, confirmando así que querer no es poder –aunque si hay algún camino para acceder al poder ese sea conquistando el querer–, y en donde para otro fulano, entendedor de lenguas muertas e impropias, rezaría: “así como brota una flor del fondo de la tierra, sin importarle haber sido, antes que flor, semilla morando en lo profundo de tierra; así nunca lo oculto quedará, por más de una eternidad, enterrado en lo oculto; ni sin saberse, un enigma, por siempre” Y, cuando las primaveras y los abriles sumaron en mí el número quince, el infortunio, por no llamarle el fortuito accidente, devolvió la clavija a ese presente lejano que narro de allá, ahora vago sueño de estancia y de Orden, haciéndome intuir, después de retomar lo que antes estuvo sin sujeción en la mente, la posibilidad de templar aquel vedado instrumento denominado “verdad”. Salto que doy en el tiempo con tal de adelantar que mi enclave de sol, desafinado pero hasta allí un instrumento armonioso para quienes no estábamos acostumbrados a oír distinta armonía, al rato pasó, siendo arpa y arpón afinados, de violonchelo a contrabajo y, por los principios cuánticos de afinidad y de inercia, de contrabajo a lo más abajo en donde un ser humano puede vivir que es la cárcel – aunque debajo hay un lugar en donde duermen los muertos pero a éstos, creo, poco les interesa la suerte de quien nació ya cagado y de quien pasó de cloaca peor a cosecha mucho más mala. Y dije instrumento porque, tal vez, lo que había por afinar y templar era un guitarrón fracturado o un piano sin cola y apenas falto de sesenta y un teclas, no más. Igual, clavicordio o citara, el lápiz que para entonces narraba, al tiempo mentía, viciando el mensaje por el cual todos creíamos estar yendo sobre asiento bien cierto, cuando afirmaba que si Julio 18 desclavó el documento fue por suponerlo de colosal ingravidez o porque lo vio como un pichón cuando ya no es mensajero de nada o, usando palabra de concepción similar pondré a continuación, de nadie.