la escritura del dios

"Que muera conmigo el misterio que está escrito en los trigres. Quien ha entrevisto el universo, quien ha entrevisto los ardientes designios del universo, no puede pensar en un hombre, en sus triviales dichas o desventuras, aunque ese hombre sea él"

miércoles, 30 de septiembre de 2009

Buenos Aires-Madrid

El mismo tiempo que le volvería la razón hecha trizas le hizo recordar que ella había sido, a lo sumo, dos años su esposa. Entonces, extasiado por la claridad, miró el reloj y supo que no la reconocería. En la pantalla titilaba el anuncio ARRIVE-BUENOS AIRES y un niño reía mirando los aviones parqueados. El cielo comenzaba a cerrarse de nubes grises, de horas oscuras, y su vejiga, ataviada por el frío, le imploraba vaciarla. Orinó y la maniobra final le ensució, tres gotas, el pantalón.

―¿Lo notará?

Se perfumó el cuello y las manos sin detenerse a observar el desastre que era pero aún así el reflejo fue inclemente con él. Dio media vuelta al espejo y salió para llegar con tiempo de sobra a su encuentro. Adelante, cuando giraba a la izquierda, advirtió, llegando al muelle internacional, que, tras cuarenta y tres años, lo único que sabía de esa mujer a quien esperaba, ahora sentado en una banca, era que en algún punto, lejano y perdido de su juventud, la había amado.

Pero… ¿Dónde? ¿Cuándo? ¿Cómo? Se preguntó.

A María la conoció durante su fiesta de quince, por casualidad. Pues la invitación le llegó de la nada cuando un primo menor adolecente, al que sin custodio no lo hubieran dejado ni asomarse al evento, no encontró, después de tentar a media familia con favores y promesas, ninguna otra opción. ¡Por favor Flavio! ¡Por favor! Y él, aunque amanecido, aceptó.

De este tipo de azar, luego diría, fanfarroneando con sus amigos de calle, que si “algo” lo había elegido para estar con María ese “algo” había sido el destino. Entonces parecían días mejores y a menudo, después de dos o tres docenas de copas, explicaba el por qué: “…no sólo fue haber dicho “presente” ese día sino haber estado bien ubicado a la hora del el vals”

―¿Quién eres? –Mientras danzaban al compás de la marcha.

―Tu regalito de quince –Cuando la tomó de la cintura pegándola, con fuerza, a su miembro– ¿Sientes?

Y ella, en medio del Danubio Azul, asintió.

Ocho días después de la fiesta Flavio y María ya comían en el Cream-Helado cogidos de la mano. Y a los dieciséis años no sólo era su novia sino que también, en reserva, esperaba un hijo de él.

―¿Camilo?

―¡Sí!... Me gusta Camilo.

Pero cuando el secreto se hizo evidente, cuando el descuido tomó forma de nombre, ella, porque su familia: ¡No te queremos ver María, Vete de aquí!, dejó la casa, los muñecos dormidos, y se mudó al amparo y a la sombra de él. Y allí, bajo un mismo techo y sobre una misma cama, encontró la manera de adelantar aquellas vivencias que, para una mujer afanosa en vivir, tardarían media vida en pasar. No obstante, Flavio, prefirió esperar, por sugerencia de su padre y mecenas, a que ella sumara dieciocho para llevarla al altar. Momento para el cual los concubinos, conscientes de las apuestas de familiares y amigos que pronosticaban locura, optaron por una celebración austera, casi invisible, con la condición de no privarse de nada durante la luna de miel. Éste, un requisito que llenaron tan bien que, a la vuelta de dos años, cuando buscaban un lugar en donde pasar una semana de asueto, decidieron repetirlo allí mismo, honrando el delirio y desmadre de la primera vez, sin que intuyeran que de aquella villa de clima caliente regresarían heridos por la complicidad del amor y decididos a dar fe, ante Dios y la ley y sin más causa que el duelo, de su separación.

Desde entonces cuarenta y tres años habían pasado, no sólo sin saber mayor cosa de ella sino sin permitirse de nuevo un amor, hasta cuando, dos semanas atrás, lo sorprendió, del otro lado de la línea, diciéndole: ¡Me gustaría verlo Flavio! Una llamada que lo condujo automáticamente al rumor de aquel triste final: ¡Me voy Flavio, quiero olvidar, voy a olvidar, en quince minutos salgo del país, Adiós…!

―¿María?

―Hola

―Ha pasado el tiempo.

―¡El tiempo!

―¿En cuánto sale tu avión para Madrid?

―En tres horas.

―¿Un café?

―¿Una cerveza?

―Una,… está bien…

Caminaron despacio, atrapados por el silencio. Se acomodaron y pidieron.

―¿Por qué me has buscado?

―Porque estoy olvidando un recuerdo…

―¿Qué?

En eso María sacó una pelota de tenis renegrida de su cartera y, al acto, Flavio, abriendo los ojos, trajo del ayer la imagen de un niño flotando sobre las olas de una piscina, aún con la pelota amarilla en la mano. ¡Puta!

―¿Por qué ahora María? ¡Por qué!

―Quiero saber…

―¡Saber qué!... ¡Qué!... Si ha pasado tanto…

―Si esa mañana… cuando Camilo nos quiso despertar… y los dos… los dos ebrios... los dos drogados... ¿Él salió solo para la piscina?...

Entonces Flavio revivió toda la escena: Al niño tirado en la sala con la boca llena de polvo, muerto, y a los dos, nerviosos, acordando, simulando, un ahogamiento, empujando su cuerpo hacia el agua, mientras él, todavía llorando, estupefacto le decía: ¡Ponle la pelota, María, la pelota! ¡La pelota!

viernes, 25 de septiembre de 2009

AL DERECHO

Me dijeron que las negras, que la guerra, que la rumba, que las putas, que la droga, que la gente que estaba más loca que una cabra, pero yo llegué a Bogotá sabiendo qué quería de la vida. Antes había huido del mundo, de mis padres divorciados, de las raíces de mi pueblo, de la historia triste de mi vida. Antes, en verdad, huía de mi mismo, de mis achaques de joven lisiado.


Ya había pasado por México. En el DF me quedé dos años con una alemana de piernas largas y sexo fácil. ¡Pobre niña rica!, una puta que no le cobraba a nadie porque era más sola que una piedra. Curiosamente era una piedra hermosa, delgada, y ágil pero al mismo tiempo era la piedra más pérdida de toda esta generación de fantasmas.


Luego pasé por Nicaragua y viví en un pueblo de pescadores que mira hacia el pacifico, al sur. La vida en los caseríos, frente al mar, puede ser tan hermosa y cruel que cuando te das cuenta ya eres un mueble, ya eres una cosa que respira: una palmera, una lagartija, una estera, un grano de arena, una ola que viene y no vuelve. He pensado que puede ser el efecto del mar que con su rumor de las olas nos hipnotiza o puede ser por tener todo el día para no hacer nada y hacerlo. O sea, es la nada y la ruina fumando yerba en el olvido o ver pasar la infinitud de la vida follando con cualquier hembra hasta el hastío. Yo me hastié.


El destino me condujo a Panamá y allí me dediqué a perfeccionar mi español de Lisboa. Viví en una casa de techos rojos, de gente alegre. Me quedé con una familia que alquilaba habitaciones en el centro de la ciudad. Simpaticé con ellos, les gustaba que fuera extranjero y me convidaban a sus fiestas familiares como si fuera un primo más, un tío. Fui padrino de bautizo de uno de sus hijos y cuando les dije que me iba intentaron retenerme pero nada puede retenernos, nada ni nadie.


Todavía estando allí; una noche, a la entrada de una discoteca, una mulata, hija de negro y blanca, Cartagenera y periquera como ninguna otra haya conocido después, del color de la arena e ingrávida como la paloma, volvió a hablarme de Colombia –en México se habla mucho de Colombia, de su cocaína, de la marihuana que bajan de la Sierra, del vallenato, de los juglares.


Haciendo fila para entrar me dijo que en tres días volvería a su tierra: “Soy cartagenera pero vivo en Bogotá”.


La mujer era un encanto, parecía un animal que nunca antes había visto. Una sirena, una flauta, una nube. Así que no desperdicié la noche. Le dije: “Quiero que seas mi puta”; pero ella me dijo: “Yo no soy ninguna puta, estoy de vacaciones, estudio derecho, voy a ser abogada, me gusta la política y la historia antigua de Roma, así que sólo hago de puta para mis novios y tú eres un desconocido”. Luego sonrió.


En Lisboa mi padre sostiene que la religión que profesan todas las religiones es la religión del dinero; por eso no se considera un ateo. Mi padre en Lisboa es un hombre prospero que aplica el poder persuasivo del dinero en todos sus negocios; todo es corruptible, incluso las almas. Una tarde, después del accidente que tuve en la moto, me dijo: “el hombre que aprende a contar es presa fácil de sus cuentas, no lo olvides jamás…”


Esa noche, en medio de los tragos, yo me acordé de él, de su historia, de mis raíces, del hombre que soy y seré hasta que muera: un contador. Entonces le dije a la mujer que ya era polvo y arena: “Te doy tres millones si pasas la noche conmigo”.


Como era de suponerse ella pasó la noche conmigo, la teoría de mi padre resultó cierta. Ella contaba tan bien como yo, como todos.



Han pasado dos años desde aquella noche. Dos años desde que llegué a Colombia, a Bogotá. Dos años desde que la busco entre las negras, entre la rumba, entre las putas, entre la droga, entre una gente que está más loca que una cabra y que yo.


Llevo dos años aquí y nada que encuentro a la mujer que esa noche se robo la prótesis de mi pierna derecha y los sueños de mi corazón.

jueves, 24 de septiembre de 2009

Técnicamente Correcto

Que muera conmigo el misterio que está escrito en los tigres. Quien ha entrevisto el universo, quien ha entrevisto los ardientes designios del universo, no puede pensar en un hombre, en sus triviales desdichas o desventuras, aunque ese hombre sea él. Ese hombre ha sido él y ahora no le importa. Qué le importa la suerte de aquel otro, qué le importa la nación de aquel otro, si él, ahora es nadie. Por eso no pronuncio la formula, por eso dejo que me olviden los días, acostado en la oscuridad. (Borges, La escritura del dios)





El nocaut vino de abajo, de la nada. Fue un jab en la cara, en el mentón. Fue un golpe entre las tripas del corazón y la cabeza, en los recuerdos. Y de la herida abierta brotó la voz de Rocío Durcal cantando: “…amor eterno…” en el coliseo, en otro tiempo, en otra época, mientras él abrazaba a Marina y le decía: “es por el título, es por ti, es por ti y por el título” y Marina enamorada para siempre de él, para siempre hasta que cinco días antes de la pelea, un mes después del concierto en el coliseo y las lagrimas, un auto fantasma, aunque: “no hay autos fantasmas, hay autos fantásticos” dijo un transeúnte mirándola muerta, no la vio venir porque ella, no hay duda, salió de la nada como el jab en la cara que lo dejó ad portas del circo porque luego sería payaso, hombre bala, la mujer barbuda, el elefante, el tigre de bengala, (o porque quizás ella nunca llego al cruce, al destino, a la encerrona de latas y ruedas, a pesar de la voz que a lo lejos decía: “usted no comprende lo que lee” y yo pensando: “que voy a comprender si las letras del pentagrama son indescifrables, los números, los silencios, los muertos, el sol solecito de la mañana, y ni que decir del sol de la noche”), y él ante la noticia nefasta llorando, no como un luchador que va por el título de la MBA (¿CM&?) sino como un niño: “prefiero la muerte” mientras los apoderados: ”imposible, la muerte es imposible”, y todo porque a ella le gustaba andar con el walkman a todo timbal, “mira lo que te traje” le dijo después de un viaje a las Vegas, en sus oídos oyendo: “…amor eterno e inolvidable tarde o temprano estaré contigo para seguir amándonos…”, en bicicleta, en Colombia en donde no hay casi calles, en donde no hay bicicletas, en donde no hay oyentes de box, en donde no hay gente real, sólo fantasmas, brincaba de la felicidad, en el coliseo romano, y le decía al futuro hombre bala, al corazón de león: “te amo Rodrigo, te amo”

lunes, 27 de julio de 2009

Capítulo 3 –Fragmento– El Reloj y La Arena

Y fue justo en ése punto del día cuando Julio 18 recordó, pluma en mano, aquel esquivo papel que tomó ligero del suelo mientras deshacía matutinos quehaceres. Aquel que si fuera una arisca criatura, endeble también pero no tan livianita como la hoja que tuvo a su haber, le habría parecido, si no carta o poema, sí colibrí estacionado a comer en medio de un vuelo. No ancla, no escudo, no parapeto de él. Porque, entrado de lleno en el gasto de invocar el pasado, aprovechó, digo yo remendando faltantes, su recuerdo, traído al presente, para anticiparse a las curiosidades por venir del futuro. Camufló, quiero decir, tras un halo casual de asunto modesto y de cosa cero lujosa todo lo que jamás querría subir de nuevo a cenar con lo cierto. Sin embargo para los ordenados, sin importar de qué época fuéramos, como cuestionamientos comunes quedaron: el cómo y el por qué, después de haberlo avistado lo que tardaría en expirar un manojo de cinco minutos, lo trató, en instancias subsiguientes a la aparición que se le antojaron confusas, cual si fuera piedra pumita, vaporosa y dormida y ¡ave maría!, que al despeñadero o a la intemperie, entre el hipnotismo y la lluvia y tras un efecto lunar que sería desde allí el eclipse y el sello de su memoria, se podía soltar. Injustificable actuación que, de no ser porque desde allí el objeto quedó tasado, según como a su antojo se le antojó tasarlo, o sea de piedra pumita, habría resultado de error garrafal y no de extravío corriente. Lo que me acuerda que si no ahora sí más adelante, digamos al paso de unos siete capítulos, habrá una inscripción tallada sobre una hoja cerrada que es de puerta pulida en un idioma que, ahora sé, fue bautizado LATÍN y por el cual el monje, español de los nuestros, que ojea la hoja, intentando leerla, sólo ve garabatos, confirmando así que querer no es poder –aunque si hay algún camino para acceder al poder ese sea conquistando el querer–, y en donde para otro fulano, entendedor de lenguas muertas e impropias, rezaría: “así como brota una flor del fondo de la tierra, sin importarle haber sido, antes que flor, semilla morando en lo profundo de tierra; así nunca lo oculto quedará, por más de una eternidad, enterrado en lo oculto; ni sin saberse, un enigma, por siempre” Y, cuando las primaveras y los abriles sumaron en mí el número quince, el infortunio, por no llamarle el fortuito accidente, devolvió la clavija a ese presente lejano que narro de allá, ahora vago sueño de estancia y de Orden, haciéndome intuir, después de retomar lo que antes estuvo sin sujeción en la mente, la posibilidad de templar aquel vedado instrumento denominado “verdad”. Salto que doy en el tiempo con tal de adelantar que mi enclave de sol, desafinado pero hasta allí un instrumento armonioso para quienes no estábamos acostumbrados a oír distinta armonía, al rato pasó, siendo arpa y arpón afinados, de violonchelo a contrabajo y, por los principios cuánticos de afinidad y de inercia, de contrabajo a lo más abajo en donde un ser humano puede vivir que es la cárcel – aunque debajo hay un lugar en donde duermen los muertos pero a éstos, creo, poco les interesa la suerte de quien nació ya cagado y de quien pasó de cloaca peor a cosecha mucho más mala. Y dije instrumento porque, tal vez, lo que había por afinar y templar era un guitarrón fracturado o un piano sin cola y apenas falto de sesenta y un teclas, no más. Igual, clavicordio o citara, el lápiz que para entonces narraba, al tiempo mentía, viciando el mensaje por el cual todos creíamos estar yendo sobre asiento bien cierto, cuando afirmaba que si Julio 18 desclavó el documento fue por suponerlo de colosal ingravidez o porque lo vio como un pichón cuando ya no es mensajero de nada o, usando palabra de concepción similar pondré a continuación, de nadie.

sábado, 13 de junio de 2009

BULCO

Bajo la casa vive una “rata”. Su nombre es Bulco. Es un matón de bajo monto, un ladronzuelo de baratijas, un estafador, un bueno para nada. La mañana y la tarde las dedica a dormir, a fumar yerba, a oír rock. La noche en cambio es para las “vueltas”, para los “negocios” y para las chicas del burdel.


Sus especialidades son el hurto y el atraco: apartamentos vacios y borrachitos; preferiblemente. A éstos últimos, con la ayuda de Marcela, les suministra una pequeña dosis de burundanga. Le gustan los trabajos limpios, aborrece la sangre y los regueros.



El garaje subterráneo, aunque no ha sido acondicionado para él, es su nueva morada. La casa es de Franco, su antiguo patrón; ahora mermado, atrapado en una silla de ruedas por una bala amiga y enemiga.



Bulco ha pasado tres veces por la cárcel. La primera vez aprendió a leer y a matar. Las otras dos no ha aprendido nada nuevo. ¡Nada cambia! Dice y fuma.


Tiene treinta y siete años. Desconoce el paradero de sus padres, cree que han muerto.
Su misión de hoy, igual a la de los últimos dos meses, es chequear los movimientos de Leo, el socio de Franco.



¡Ese hijueputa fue! Ha dicho Franco más de un millón de veces refiriéndose a Leo y a su invalidez. ¡Él fue! Y ahora añora cobrar venganza. ¡No lo mates! – Le ha dicho a Bulco - ¡Mejor cápalo!


Bulco no le teme a la muerte. No la teme a nada en realidad. Y aunque no cree del todo en la culpabilidad de Leo, sabe que el botín que Franco le ha prometido por la “vuelta” le vendría bien. Es suficiente para el viaje que desea emprender. Sin embargo ; no le gusta ésa palabra, es sucia. Le recuerda sus inicios en la “mafia”, a los trece años, como ayudante en una finca: la finca del Doctor. Allí veía capar a los cerdos y por la noche los berridos, enquistados en su sueño, no lo dejaban dormir. ¡Es fácil! Le decía el capataz. ¡Fácil! Entonces será fácil.

miércoles, 10 de junio de 2009

UN BESO PARA DIOS

A la vieja porque cuando ora y mira al cielo cree.
Y al viejo porque cree cuando la mira a ella.



Las montañas: se levantan majestuosas como queriendo agarrar el cielo con las manos y lo mejor es que lo logran, lo acarician suavemente con la yema de sus cimas y en un segundo quiebran con aire inquebrantable la paz de Dios. Así es el lugar, así es la vida. Primero un tango, después un rock; un silencio bien colado en la fila para no quedar de último, para alcanzar a amar aunque sea solo una vez.



¿Quién llego primero? No sé. Pudo haber sido mí abuelo o cualquiera, pues al fin y al cabo ya no importa por estas calles saber quien piso desnudo la yerba antes del cemento. Y sin embargo Pablo sabe que antes sí hubo amantes. Amantes que entregaban el alma en medio de pájaros y magia al lado de los ríos que llevaban peces cantores.



¡Que bien que todo este bien hoy! El vidrio, las ventanas: todo limpio. Encima; los recuerdos, y al frente la cama una mecedora que cuando se mece dice: ¡Ay carajo la vida!



¿Quién paro hoy el tiempo? Quién, si mi corazón late al ritmo de las rosas y el roció. Las cuatro y cuarenta. El reloj y la hora exacta para buscarte en mis memorias, en la ausencia de tus gritos. Como ayer. Como hoy, pero solo hasta que me canse de hablar en silencio y decida extraviarme entre la gente. Hay tres buses que sirven para viajar al jardín secreto de tu alma y ya perdí dos. Y usted señor lector no sabe pero mientras yo espero como arroz con huevo a la vez que escucho una salsa arrebatada. La salsa del ruido infernal de los carros, de los pensamientos. Afuera hay gente. En las librerías. En los bancos. Si me quedo dormido hoy y me despierto en diez años no creo que pueda ubicar en dónde estoy. Ni el lugar, ni los ojos enfrentados a un espejo. Y si es un espejo grande, de cuerpo entero, tal vez pueda ver la forma de mis sentimientos. Oscuro o claro; de alguna forma tenue. Blanco en el amor igual que tus manos desgarrando sueños. Inconcluso. Mejor un tinto bien cargado para dejar de creer en el destino. Incrédulo, ahora, a tu risa, a tu blanca piel.



Un instante en un papel, un olvido indescifrable. Tres gotas de agua en un jabón para lavar mi cuerpo del cansancio que produce la ciudad. Martín si alcanzo a ver los trenes. Al maquinista lo saludaba y de noche soñaba con sueños que olían a vapor y a hollín. Luego la lluvia. Inquietos los caballos sabiéndose inmortales sentían el sudor. La noche y el día, y la noche. Huevos pericos al desayuno. ¡Qué más gracia! Una pasión pasajera que ojala pase despacio y tenga aliento de mujer ardiente. No peligrosa. Suave como el agua al colarse entre los dedos. Despacio, bien despacio mientras me enamoro y busco otra. Ahora una canción y otra historia que contar. Tal vez de amor. Tal vez de más de dos. ¡Ojo y cuidado!, que a mamá leona también se la comió un tigre. Pero si usted me da un clavel esta noche me convierto en mago. En profecía. Y si la luna esta llena, y usted corre con suerte, también en lobo. Ojala con galletas, ojala con el viento a su favor. Sin tirar el pasado a pedazos si absoluto y vació esta el vaso.



La revolución va por dentro. Bendita imperfección que me hace y te hace humano. Igual que las manos delineando sombras. Hambrientas de pan y vino. De sangre y fe. ¡Cielo infinito! ¡Cantante de ilusiones! Albergue donde guardo mis más viejos miedos. Rincón del alma que se niega a perecer. Inmutable al cambio, a las tendencias. Paciencia que el sol no tarda en llegar. De costado o de frente, lo importante es que a tu vientre de luz. Sin rencores. Sin darle cabida al sentimiento que pudre el corazón. Sabor agridulce. Limón con sal sin aguardiente. Camino largo que me lleva al sendero de tu olvido. Ocaso sentado en una butaca. ¡Qué lindo y bello es el vuelo de los pájaros! El mar, y la sonrisa de una bella mujer. Escultor: ¿Cómo lo haces? Saca este dolor de mi pecho en forma de flor para que pueda sembrar magnolias de cariño con gotas de pasión. Olvido, yo siempre olvido. Fresco que ya no paso nada, o mejor, han pasado tantas cosas que todo da igual. Una señora paseando su ilusión en un coche con un poco de resignación. Antes hubo sueños rojos, hoy son verdes. Todo cambia. Sin ser mejor o peor: diferente. Vieja cuadra de juegos infantiles en donde aún el viento susurra picardía e inocencia. Ignorancia: para que más sabiduría. Oxigeno y oxidación. El bum bum de los tambores. Clase de poesía con Gadafi. Marlboro sin filtro viendo caer la ceniza al piso. Ritmo de gaitas. Abajo el telón para descansar de los actores. Función de martes a viernes. Entremés entre almuerzo y comida. Y yo vendo sueños a quien me los quiera comprar. No caros.



Y sabe, Martin jamás salio de esa traba. Pero peor Pablo que dijo que todo era mentira, que la vida era solo un juego de ruleta rusa, que nunca nadie había podido mejorar la naturaleza humana. Que todo era una vil mentira. Todo. Dijo, no nos acercamos a nada, solo vamos a la deriva dando vueltas en un barco, en un balón de mierda que esconde secretos, la olla a presión va por dentro, es como conocer mi miedo, el mismo tuyo, el de ambos, solo que ahora estamos juntos, juntos sintiendo frió, inflexibles a la muerte, descrestados con desdén por la lujuria, amasando caricaturas en la cama, haciendo el amor en las esquinas, donde sólo nos miran con hambre los perros, los ojos y las paredes se negaron a hablar, la locura se quedo en tu vientre, como de niños, ahora somos más animales que nunca, la verdad está cerca, la estamos acariciando, voy por dentro de tu alma y ahora sé que eres una perra y que yo soy un batracio, sé que te gusta verme detrás de la basura, arrastrado como ella, sin aliento pidiendo limosna, suplicando migajas al cielo, sobrepasando el limite cada vez que te desnudo, cada vez que te hago sentir que de racional no tienes nada, como si fueras una perdida, pero es mentira, todo es una mentira, para satisfacer tu ego te lo digo, todo vale nada, y esto otra mentira. ¡Qué tal! ¿Ah?


Claro, aun somos de barro. Pertenecemos al mar y a las lágrimas de quien nos desee amar. Al sol cuando derrite los pensamientos. Al calor del fuego cuando dobla el acero y cuando quiebra el sueño de los idealistas. Y al molde de la sociedad: gelatina. Carcajada. Puedo decir que no voy a estar, mentir, llorar y reír al mismo tiempo. Siempre voy a estar. En tu piel hay un lugar secreto que es mío, que no le pertenece a nadie por que nadie lo ha descubierto. ¿Sólo se ve lo que se puede ver? En el silencio… ¿Solo silencio? No. Silbatina y maracas. Desfile de soledades. Mascaras interminables que seducen, cortejan, y bailan. ¿Y sabe? A pesar de todo el delirio al final quedaron restos regados de antiguos guerreros. El reloj y la arena. Comienzos interminables que se fraguan cuando llega un nuevo adiós. Eternos ya por siempre. Como si fuéramos flan de queso esperando en la tienda, agujereados por las simples vicisitudes del destino. O como si sucediera que al final del camino no hubiera más opción que seguir caminando, cíclicamente. Porque créame que por aquí, uno tirado, al amparo de un libro, también pasa la historia.

viernes, 5 de junio de 2009

Danna y la paloma

La paloma era como la paloma, dije: ¡herida!; pero qué va, pues la herida le sangraba del ala derecha hacia las patas. Y no vivió mucho el animal. ¿Animal quién?, me preguntó. Porque ya el bodoque puntiagudo de papel le había desinflado el alma y el deseo de volar. ¿Tienen alma las palomas?


Danna lloraba por su mala suerte.

- ¡Qué suerte la mía matar una paloma!

Y el sol le quemaba la cara lisa de niña de seis años. Lisa, transparente, y sin arrugas; era así su primer asesinato. ¿Asesinato o cacería? Y el sol le quemaba la cara sin clemencia. ¡La clemencia del sol es fiel nada más con las palomas!

- ¡Qué suerte la mía matar una paloma!

Danna lloraba por su mala suerte.

- ¡Qué suerte la mía matar una paloma!


Pues la idea de los niños era matar al sapo y dejar libre a la paloma.

Y ahora libre volaba la paloma. Libre e invisible para Danna.

domingo, 17 de mayo de 2009

Días de duelo

Ha desaparecido el aliento de tu boca, fresa, y los violines de los campos ya paran de cantar. Ciento veinte kilómetros por hora y la velocidad del pensamiento no han inmunizado las barbas largas de los árboles, gigantes. ¡Ni las ramas de las secuoyas, ni las hojas de los baobabs, ni las raíces de los pinos, ni las ramas del ginkgo, ni las hojas del draco, ni las raíces del tejo, cuando lloran, mitológicos, el principio del desastre! ¿Acaso comentarán las cifras del final? O será la presencia de dragones invisibles, de animales que, sonriendo por las calles, dejan estelas de fuego tras su paso. ¡Que asaltan con el verbo y la palabra! ¡Mágica palabra y quema de musgo que atiza el frío de las almas! ¡Cuando ya chamizo se carga el corazón! O dirán que hay basura que se arrastra, que hay dioses asesinos de dioses asesinos. ¡Juegos macabros de niños inocentes! ¡Son tantos los asuntos milagrosos que suceden por aquí! Mientras cómplices los sonidos de la noche: la luna, el pájaro oscuro, la dama blanca, devoran a los muertos. Mientras, testigos mudos del baile que congrega al vértigo, los árboles y el viento, observan el lento desespero, la ruina inevitable de los hombres que se entregan y se hunden al goce momentáneo. ¡Delirio! ¡Presto recuerdo diluido entre las aguas del olvido! Río, como espejo contra espejo, que se va. Pero el círculo, que es geometría indescifrable reconocida como cierta, invita a que la desnudez de los cuerpos se haga de forma deshonesta, a que los barbaros circunciden, una y otra vez, a la ballena, a que los cultos y los eruditos enciendan, nuevas, las hogueras de sus casas. Es el ritmo, el ritmo en el que todo asunto se repite y se sucede. ¡Como cuando un sol infinito anhela cíclicamente ser el dueño de la luz!

viernes, 15 de mayo de 2009

Babas Rojas (Como tus besos, negra)

Ciclope, anoche soñé con ciclopes, con monstruos de un solo ojo. Los vi bailando en espiral, horribles de carácter, ansiosos, esperando el punto de la hoguera, hasta que la saeta de un hado criminal, en un segundo, los mató. La mano asesina equivaldría a la de una serpiente si las serpientes tuvieran manos que pudieran disparar flechas tan veloces como ésta y su lengua bífida, tal cual es por naturaleza, como no se supo imaginada, saboreó el carnero que asaban los gigantes. Regocijo que no le duro mucho ya que luego, a sangre fría, impotente y animada, entero lo tragó. Sin embargo un ojo traicionero del sueño despertó y, aprovechando que su pesada siesta era de llenura, la cabeza, de un mordisco, le arrancó.


Ciclope, anoche soñé con ciclopes… con monstruos de un solo ojo.

viernes, 8 de mayo de 2009

Las Flores Muertas del Jardín

Bajo una banca, tendido de costado, abierto, con el cráneo ahuecado, yace un muerto. Está tirado sobre el piso de un bus. Y nadie, excepto yo, lo ha visto (nadie, nunca, con tanto amor). Sin embargo más tarde, sé, algún transeúnte, algún curioso, algún agente de la policía lo encontrará así: vaciado de vida y todavía relamiendo, con su jeta entreabierta, el caldo de sangre y sesos en que ha quedado inserto su ser.


Tan solitario e incomprendido como siempre. Como siempre, desde su niñez.


Es de noche y por aquí, por estos lados, con unos aguardientes bien adentrados en el alma, Bogotá parece una ciudad más tranquila, menos cataléptica. ¿Sabe usted acerca de ésta enfermedad que padece la ciudad? ¡No!, muy probablemente no, pero esto poco importa,… pues es un tema que, por ahora, poco nos ha de importar. O... ¿Sí?

¿Que por qué maté al hombre? Primero: porque se lo merecía. Segundo: porque yo era el único con la potestad natural para hacerlo. Él era (¿es?) mi hijo. Y empeñando mi fe – mi espíritu – a cambio de la sentencia de un proverbio chino que dicta: “El hombre que da es el mismo a quien le corresponde quitar”, lo hice. Maté sin conmiseración alguna – aunque, antes, la tuve por años – al niño, al extinto canalla. Desangré al muchacho que yo alguna vez ayudé a engendrar.


En realidad, se trataba de un monstruo disfrazado de persona común y corriente, de un individuo que muy pronto erró del camino correcto. Y para mi absoluta desgracia, él, mi hijo, no fue más que un temible asesino, no más que un vil delincuente para quien matar fue su único oficio, su pasatiempo mejor.


Pero hoy, cuando ya está hecha la tarea, mientras espero a que florezca un nuevo día, queriendo deshacerme del frío tembloroso de las manos, del revólver, y teniendo de fondo el rugir de la ciudad, entiendo, a poco de perderme en la ebriedad, que el hecho de haber sido un acto salvajemente premeditado me convierte, a mí, en un monstruo de similar factura a la de él.


Entonces... ¡Espejo mío!

jueves, 23 de abril de 2009

El Reloj y La Arena (Fragmento Cap. 4 – Novela)

4. “La fe en Dios opera en el monje hinchiendo su espíritu de fervorosas virtudes que, después de socorrer poderosas razones, lo sanan y lo santifican. De las primeras, la sabiduría, la justicia y el valor obran al más porque de las segundas de lejos prima la razón del amor. Así, del resultado de estas cuatro, todas sumas bondades, el buen monje debe gozar si lo que quiere es salir victorioso ante cualquier opresión de la carne, bien sea ella explicita duda o disimulada tentación del demonio.”


La mención anterior, además de ser valorada como una de las citas clásicas de la Orden, tenía cierta predilección entre los monjes Líderes cuando se trataba de apagar, mediante un llamado oportuno, el fuego incesante de una boca curiosa. Exhortación reflexiva que se ajustaba, como refrescante y rigurosa camisa de fuerza, a la medida del vacío, insondable y ardoroso, con que llegaban al claustro las mentes más ávidas de conocimiento y saber. Ciertamente la talanquera que le cerraba el paso a los intelectos que brotaban del cascaron con un marcado gusto por ir hacia el juego desafiante, por preferir el pensamiento conflictivo, por elucidar en la doctrina ideas atrevidas e inquietantes. Mentes de párvulos parlanchines que, durante el desarrollo de su vida misionera, buscaban, por lo general, tranquilizar el desasosiego, el ansia loca del saber, persistiendo, ingenuamente, tontamente, en querer entender el principio de toda razón impuesta, sin doblegarse, comenzando por flanquear con dardos venenosos el rigor de las normas, de los métodos, a través de preguntas y cuestionamientos, algunos maliciosos y otros en extremo suspicaces. Pero indagar y hacer elucubraciones acerca de la teoría textual de la Orden, olvidando lo consagrado en el Texto Guía, era considerado una deshonra para con Dios y la Fe. En otras palabras, controvertir y cuestionar lo establecido era un asunto serio que podía acarrear penas severas y castigos atroces. Sin embargo el conducto regular señalaba que las primeras sanciones predestinadas para tal fin debían ser un tanto flexibles, no bondadosas. Y en conformidad con la intensión de las mismas – cuya finalidad era advertir a los novicios de su error e intentar ayudarles a enderezar el rumbo errático de su pensamiento perdido – la mayoría de éstas precisaba correctivos veniales que pretendían encausar el libre albedrio. Así, las primeras penitencias consistían en requerimientos menores, a los sumo dos días de ayuno o seis horas extras de rodilla y oración sobre cinco mil quinientos granos de arroz, que fomentaban la reflexión del insurrecto y que podían, o no, intensificarse de acuerdo a la tozudez del rebelde de turno; llegando al extremo, de si sí, de recibir cien azotes de fusta o de yacer bajo el desconsuelo de la sombra sin nadita más que comer que tres mendrugos de pan y si a caso seis sorbos de agua no más. Incluso, al amparo de la ley se tenía como último recurso, de darse la necesidad aberrante de diezmar radicalmente el propósito de sublevación de un reincidente peligroso, la opción de la pena de muerte concertada. Ésta, literalmente una auto-inmolación honorífica, inducida, en pro del bienestar común de la Orden que jamás se imputó porque las reprimendas previas evitaron ir hasta la aplicación de un instrumento disciplinario tan terminal.

viernes, 17 de abril de 2009

Ejercicio, el parque (22:03PM, El mundo sigue su curso infinito sin mí…)

Sobre la sombra del árbol está el árbol que la provoca. Y arriba, en su copa, cayendo, habita el cerezo. La flor del cerezo que es a la vez la rama, el tallo, la hormiga, el nido, la madera, el gusano. Y debajo, adentro, se extiende, se bifurca, la raíz que sólo a los muertos hambreados antoja. Mientras el viento pasa invisible surcando la hoja, meciendo los vericuetos del tiempo, trayendo diminutos recuerdos, pensamientos de ola. ¡Mira que increíble es la forma de espejismo que por aquí toman las cosas! Y así es como me rindo ante la mínima herida del pasto, ante el saludo y el milagro de la paloma, ante el llanto del día, ante el coqueteo de la flor cuando toma como suya a la abeja.

lunes, 13 de abril de 2009

El Ensueño de Mariela (Fragmento)

¡Ay Margarita! Si supieras, he aprendido a comer de pie en la cocina sin más compañía que tu recuerdo, a asar carne con una pizca de sal en las noches desoladas para tener qué comer durante la cena, a lavar la losa pintada a mano que nos quedó de tu abuela, ¡tan vagabunda!, a esconderme de la gente en cine de tres para que de día no me señalen con sus miradas hipócritas, a usar gafas oscuras por aquello de los terigios, de los años inmensos que me devoran Margarita, a vivir oyendo el silencio de mis pensamientos en comunión con el gorjeo de los pajaritos y el tic tac del reloj o la lluvia, a lavar el lavabo sin que la criada que no ha vuelto porque no tengo dinero con que pagarle se ensañe con mi modesta idea de higiene. ¡Si ves Margarita! He aprendido todo, casi, porque aun me resta aprender a vivir sin ti…

sábado, 11 de abril de 2009

Mi amiga, la parisina

Ella dice estar en Francia porque le gusta Francia y tirarse a los franceses. Ella es delgada, diminuta, de facciones más bien finas y su piel de india, amiga mía, es trigueña, muy adorable. Ella no es en verdad lo que yo llamaría una puta muy puta pero si de algo vive mientras se folla a medio Paris es de lo que hace con su boca cuando está entre las dos dimensiones asimétricas de una cama,… aunque también lo hace cuando se encuentra fuera de ellas (o sea en las cabinas telefónicas, en los parques urbanos cuando la noche se vuelve tan cizañera con ella, acurrucada en los baños, con afán en el metro, etcétera). Su oficio es chupar vergas, beber, pues lo de tirar si le resulta más parecido al amor. Y por amar, ella, mi amiga, a nadie le cobra. A nadie.

jueves, 9 de abril de 2009

Escobar Rosas, Jueves, 2 AM

Anoche lo supe mientras la parejita del frente se besaba instintivamente deseando la carne, primero la boca. Lo supe mientras mi amigo JP buscaba con afán apagar su ansiedad existencial con alguna chica fácil y húmeda (Pensé: ¿Serán efectos secundarios y urgentes por vivir solo en La Soledad?). Lo supe mientras el fulano aquel cerraba los ojos y creía ser eternamente feliz por un segundo – aunque nada raro que su estúpida felicidad estuviera cimentada en la ilusión pasajera que brinda la bara.


Entonces ahí,… lo supe: "Yo no pertenezco a ninguna parte. ¡No pertenezco ni siquiera a la parte de mí que soy yo! ¡Fíjate!"


Y la certeza llego antes de clase, antes, mucho antes, seguro porque es un legado que viene rondando a los hombres de siglos atrás. ¡Atrás!, de los etruscos, de los romanos, de los griegos, de los esclavos negros, de los indios empalados, del pecado original, atrás, de las cavernas. O antes. ¡Antes!, del átomo, del gusano de seda, de lo invisible que hay oculto entre lo visible. Pero también sé que es un asunto, gota a gota, que se ha ido clarificando en mi mente mientras devoro los libros, mientras juego a entender la palabra, mientras me atrapa la herencia, mientras me amodorro oyendo el canto de los gorriones, mientras perpetúo el adoctrinamiento, mientras creo curarme en algo del naufragio y del embrujo leyendo los versos bonitos del Capitán.


Aunque, en realidad, aquí lo confieso, este incidente revelador pasó después de ti, después de buscarte, después de perderte.


¡Mira!: yo caminaba por el centro con las manos en los bolsillos ajeno a todo, ajeno a la geografía del lugar, ajeno a los converse que tanto me gustan en las chicas delgadas, ajeno a los peinados raros, ajeno a los diálogos de los contertulios cuando entendí que no hay nada, nada, nada, que me corresponda. ¡Nada!


(Y si alguna vez me sentí cómodo hurgando tu cuerpo, tumba de nadie, yaciendo muerto y moribundo junto de él, en paz respirando tu aliento, mordisqueando tus dientes, bebiendo tu jugo furioso y silente, puta, tú, fruto de mi deseo, es porque aun no comprendía que tu soledad era tan infinita y perenne como la mía. Roca y mentira entonces, porque tu necesidad también enquistaba el miedo perpetuo, atrás, a la sombra. Imposible que no)


Y lo mejor es que anoche supe también que si algún motivo (consciente o inconsciente) nos conduce a negar lo que somos – a intentar huir constantemente en proyectos, en planes de ir a la paya o de ir a bailar a la disco, en abordar misiones inútiles, en adentrarnos en relaciones humanas que nos faciliten olvidar por segundos nuestra limitación innegable a la hora de poseer y de amar, etcétera – es por intuir lo que somos… entonces, que no somos… no somos...

miércoles, 1 de abril de 2009

¡Salud!

Ayer me di cuenta que del lado opuesto de la cera viven los muertos. Antes nunca había reparado en el cementerio, en el blanco y gris de los mausoleos, en el guarda que ronda y espanta los gatos. Para qué – pensaba yo – si aun soy un joven muy joven. Sin embargo anoche cuando me detuve tragueado a hablar con el vecino, antes de que la charla terminara en golpes por chismes, lo vi. Fue una mirada casual, nada serio. De lo otro, en cambio, fueron varios totazos, botellas, empellones; fueron tantos insultos que ya son muy pocos los que recuerdo. El caso es que por poco lo mato; el tipo sangraba, me decía: ¡Marica! ¡Desgraciado! ¡No te metas con mi hermana! Y yo, hecho todo un soldado, protegiendo el secreto de Aldo y Susana, yo – que amo el conflicto más que la guerra – lanzando improperios y pata. ¡Plum! ¡Plum! (Como si fuera Batman enfrentando al Guasón). Y hasta cierto punto todo iba muy bien, el vecino controlado, contra las cuerdas, hasta que él, reventado y herido, de un sólo navajazo fue más certero que todos mis golpes. Todos. (Hoy me di cuenta que del lado opuesto de la cera viven y beben los vivos) FIN

sábado, 28 de marzo de 2009

El Ballenero

Yo sabia que el mar me habría de robar mis mujeres, no a todas, por eso a la última la busque dentro de él.

Felipa yacía muerta y la arena y el agua ya le habían fabricado una suave colcha a su cuerpo. Estaba recién muerta, por lo que deduje que su alma mojada aún debería de estar perdida dentro del mar. Entonces como pude me desvestí y me arrojé en su búsqueda. Siempre he sido un gran nadador y un mejor coleccionista, pero cuando encontré su alma jugando con focas y delfines me dijo: “No fue el mar fui yo”.

miércoles, 25 de marzo de 2009

Caníbales

Cuando llegué hasta la sierra, hasta ese lugar de Colombia en donde se perdieron pera siempre sus ruinas - ella: mujer de mis sueños –, noté que la hormiga, la mosca, la larva, la selva, el lobo y el mico, la mariposa y el cielo ya se habían comido sus ojos, seguramente los labios, la boca. La belleza; pensé: ¿Dónde estará hoy su belleza de antes? ¿Dónde? Pensé pero no dije nada.

Su madre gritaba; gruñía mejor. Entonces creí que el dolor y la pena, que la ausencia sucinta de voz, ya le habían preparado, señora longeva y de alma dormida, para lograr enfrentar de manera mejor la afrenta del trágico sino, ¿acaso no el asunto primero del tiempo también?, ojala con cierto decoro, ojala con algo de entereza y cordura.

Igual, todo allí estuvo presupuestado en las prácticas. La búsqueda de la actriz, y de los demás pasajeros, debía concluir con el ahogo y el llanto, puntualmente con la madre anestesiada para siempre. Pensé: “El fin es un asunto perenne”. Pensé, pero no dije nada.La noticia voló como pólvora. Los noticieros de televisión y los periódicos ventilaron el tema todos los días, todos los días por un par de semanas. “El avión y la estrella fueron hallados; no hubo sobrevivientes” fue así el titular del diario el día de ayer…

sábado, 21 de marzo de 2009

EL PRE

Hoy es aún tan de mañana Margarita que ni siquiera se ha clareado el día. ¡Mira! ¡Asómate! No hay luz en la ciudad, ¿ves?, y los pocos autos que pasan por aquí, esos que atraviesan la avenida sin destino, avanzan haciendo mucho ruido. ¡Mucho! Pero ven… mejor no te despiertes… que seguro si me ves así como estoy, tú, corriendo en urgencias hacia el baño, estreñida como vives, y yo, medio desnudo, jugando a ocultarme entre la sombra de la noche, me dirás ¡Duérmete ya, ven… duérmete ya! Y entonces yo por ti hare un esfuerzo amable y dormiré, dejaré las canicas para cuando vengan los niños y los sueños para cuando las cigüeñas, es más, por ti, hasta me alejaré de la ventana para siempre y de la tristeza solo por hoy cuando me ronda. ¡Ven! Oye Margarita, oye los pajaritos que cantan mientras yo me hago más viejo oyéndolos. Y mira, ¡qué curioso!, ahora envejezco sin ti, sin ti a mi lado. ¿Extraño no? Pero yo te lo había dicho: “… el amor no detiene el tiempo, no…” Y… ¿Sabes? A ratos pienso que algo que acelera y hace más ágil éste asesino mecanismo, la gota que cae inmóvil en el lavamanos, tiene que ver con la esperanza de haberte perdido, con la costumbre malsana de esperarte despierto espiando a los vecinos, detrás de la mirilla, y a los transeúntes que se pierden con sus pasos oscuros, ebrios, por la calle. Puede ser, puede ser. Aunque también se lo atribuyo ocasionalmente a la angustia que me provoca oír a los pajaritos a través de la bruma citadina y no poder verlos casi nunca. ¡Nunca en las mañanas!

(La frustración (Luego: la libertad), después de entender que es imposible poseer todo aquello que se desea amar, ha quedado enquistada en todas partes Margarita, en todas, en las sabanas, en Borges, en el Milo, en mí, y, por supuesto, también estuvo ya presente en ti.)

¿Sabes?, ahora último he venido a constatar lo que alguna vez te dije y, lo peor, creo que es cierto: “el tiempo nos devora más a prisa cuando se espera a que algo cambie,…, a que alguien aparezca de plano con su figura menuda por la puerta” ¡Claro!, también puede que no tenga nada que ver, nada, y que sea solo una frase bonita y rara. No sé. Igual, lo que sí sé desde hace algunos años Margarita es que ya no vendrás, que no te volveré a ver nunca más Margarita. ¡Mentiras! (¿Por qué mentiré tanto a la hora de escribir?); pues cada noche te veo aparecer más deshecha en mis recuerdos, más rota. Como un fantasma que se borra, que se va.

¿Sabes? No entiendo muy bien por qué te escribo hoy, por qué precisamente hoy cuando ya no te pienso, cuando ya no te oigo en mi silencio. ¡Hoy! Aunque puede ser, digo no, porque no tengo a nadie más a quien escribirle hoy mientras veo triunfar de nuevo el sol de la mañana, a nadie más a quien confiarle un trozo de mi voz mientras persigo el canto de una mirla que no veo, seguro porque se ha ocultado entre la niebla o se la ha tragado el gato del tejado, o quizás, puede ser, porque hoy recordé que es ya muy poco lo que avanzo en la novela que hace tantos años te prometí.
(Sin embargo la frase inicial aún la conservo en mi mente como si fuera el tono musical de una canción que debo componer: “Ese año Bob Sinclar hizo que el corazón de muchos jóvenes explotara de alegría, de tristeza. Ésta una nimiedad que poco importó a quienes estuvieron locos, reunidos en la pista. Pues mientras unos cayeron al piso, desangrados y sin darse cuenta de su estado gracias a las bondades del perico y de las pepas, otros continuaron felices el exceso bailando pasos de MTV y, zapateando sobre ellos, como siempre, con las narices rojas, con los ojos disecados, con las manos estiradas, tan enamorados de las luces y de la esencia del amor que hasta angelicales se vieron los demonios mientras cantaron LOVE GENERATION.”) ¡HP son las 9:30!