Bajo la casa vive una “rata”. Su nombre es Bulco. Es un matón de bajo monto, un ladronzuelo de baratijas, un estafador, un bueno para nada. La mañana y la tarde las dedica a dormir, a fumar yerba, a oír rock. La noche en cambio es para las “vueltas”, para los “negocios” y para las chicas del burdel.
Sus especialidades son el hurto y el atraco: apartamentos vacios y borrachitos; preferiblemente. A éstos últimos, con la ayuda de Marcela, les suministra una pequeña dosis de burundanga. Le gustan los trabajos limpios, aborrece la sangre y los regueros.
El garaje subterráneo, aunque no ha sido acondicionado para él, es su nueva morada. La casa es de Franco, su antiguo patrón; ahora mermado, atrapado en una silla de ruedas por una bala amiga y enemiga.
Bulco ha pasado tres veces por la cárcel. La primera vez aprendió a leer y a matar. Las otras dos no ha aprendido nada nuevo. ¡Nada cambia! Dice y fuma.
Tiene treinta y siete años. Desconoce el paradero de sus padres, cree que han muerto.
Su misión de hoy, igual a la de los últimos dos meses, es chequear los movimientos de Leo, el socio de Franco.
¡Ese hijueputa fue! Ha dicho Franco más de un millón de veces refiriéndose a Leo y a su invalidez. ¡Él fue! Y ahora añora cobrar venganza. ¡No lo mates! – Le ha dicho a Bulco - ¡Mejor cápalo!
Bulco no le teme a la muerte. No la teme a nada en realidad. Y aunque no cree del todo en la culpabilidad de Leo, sabe que el botín que Franco le ha prometido por la “vuelta” le vendría bien. Es suficiente para el viaje que desea emprender. Sin embargo
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