La paloma era como la paloma, dije: ¡herida!; pero qué va, pues la herida le sangraba del ala derecha hacia las patas. Y no vivió mucho el animal. ¿Animal quién?, me preguntó. Porque ya el bodoque puntiagudo de papel le había desinflado el alma y el deseo de volar. ¿Tienen alma las palomas?
Danna lloraba por su mala suerte.
- ¡Qué suerte la mía matar una paloma!
Y el sol le quemaba la cara lisa de niña de seis años. Lisa, transparente, y sin arrugas; era así su primer asesinato. ¿Asesinato o cacería? Y el sol le quemaba la cara sin clemencia. ¡La clemencia del sol es fiel nada más con las palomas!
- ¡Qué suerte la mía matar una paloma!
Danna lloraba por su mala suerte.
- ¡Qué suerte la mía matar una paloma!
Pues la idea de los niños era matar al sapo y dejar libre a la paloma.
Y ahora libre volaba la paloma. Libre e invisible para Danna.
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