la escritura del dios

"Que muera conmigo el misterio que está escrito en los trigres. Quien ha entrevisto el universo, quien ha entrevisto los ardientes designios del universo, no puede pensar en un hombre, en sus triviales dichas o desventuras, aunque ese hombre sea él"

viernes, 8 de mayo de 2009

Las Flores Muertas del Jardín

Bajo una banca, tendido de costado, abierto, con el cráneo ahuecado, yace un muerto. Está tirado sobre el piso de un bus. Y nadie, excepto yo, lo ha visto (nadie, nunca, con tanto amor). Sin embargo más tarde, sé, algún transeúnte, algún curioso, algún agente de la policía lo encontrará así: vaciado de vida y todavía relamiendo, con su jeta entreabierta, el caldo de sangre y sesos en que ha quedado inserto su ser.


Tan solitario e incomprendido como siempre. Como siempre, desde su niñez.


Es de noche y por aquí, por estos lados, con unos aguardientes bien adentrados en el alma, Bogotá parece una ciudad más tranquila, menos cataléptica. ¿Sabe usted acerca de ésta enfermedad que padece la ciudad? ¡No!, muy probablemente no, pero esto poco importa,… pues es un tema que, por ahora, poco nos ha de importar. O... ¿Sí?

¿Que por qué maté al hombre? Primero: porque se lo merecía. Segundo: porque yo era el único con la potestad natural para hacerlo. Él era (¿es?) mi hijo. Y empeñando mi fe – mi espíritu – a cambio de la sentencia de un proverbio chino que dicta: “El hombre que da es el mismo a quien le corresponde quitar”, lo hice. Maté sin conmiseración alguna – aunque, antes, la tuve por años – al niño, al extinto canalla. Desangré al muchacho que yo alguna vez ayudé a engendrar.


En realidad, se trataba de un monstruo disfrazado de persona común y corriente, de un individuo que muy pronto erró del camino correcto. Y para mi absoluta desgracia, él, mi hijo, no fue más que un temible asesino, no más que un vil delincuente para quien matar fue su único oficio, su pasatiempo mejor.


Pero hoy, cuando ya está hecha la tarea, mientras espero a que florezca un nuevo día, queriendo deshacerme del frío tembloroso de las manos, del revólver, y teniendo de fondo el rugir de la ciudad, entiendo, a poco de perderme en la ebriedad, que el hecho de haber sido un acto salvajemente premeditado me convierte, a mí, en un monstruo de similar factura a la de él.


Entonces... ¡Espejo mío!

2 comentarios:

  1. Anónimo9/5/09, 8:39

    Me gusta el uso del lenguaje: es fluido, pero, a la vez, muy elaborado y 'literario'. Sin embargo, no parece creíble ponerlo en la boca del personaje, porque nadie habla así.
    Por otra parte, también me parece que la historia carece de verosimilitud, y creo que la falencia está en que no explicas por qué, después de haberse aguantado al hijo asesino mucho tiempo, él decide matarlo (lo del proverbio chino no solucionan nada). ¿Qué detonó el asesinato? Si explicas eso, uno se podría creer más el rollo.
    ¡Un saludo!

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  2. Me gusta la idea, aunque creo que deberías mostrar y no solamente contar lo que pasa por la mente del padre. Reconstruir el momento cuando sucede todo esto.

    Saludos, amigo del Facebook.

    Pilar.

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